¿Se puede conocer Budapest en 48 horas?
Quizás no del todo, pero se puede vivir su energía muy bien, eso sí te lo aseguro. Ya he perdido la cuenta de las veces que he visitado esta ciudad y en cada una, he tenido una viviencia diferente, pero siempre cálida, divertida y con un toque de fascinación y pellizco emocionante.
Esta vez viajaba con 3 amigas más, ninguna de ellas había estado antes en la ciudad, así es que decidí planear una ruta que nos hiciera disfrutar tranquilamente de la opípara belleza y vivencias que nos ofrece esta maravilla de destino.
Así es que mochila viajera en mano y el resultado: un viaje inigualable que nos dejó el alma llena y la piel suave.
GUÍA DESCARGABLE
📌 Consejos prácticos para viajar a Budapest en 48 horas
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Mejor zona para alojarse: barrio judío.
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Transporte: metro, tranvía o Uber. Pero lo mejor: caminar.
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Cambio de moneda: florines húngaros (aunque aceptan tarjetas).
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Funicular: evita colas y compra el ticket online.
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Clima ideal: primavera u otoño.
- Hazte con la mochila perfecta para acompañarte en cada paso.
🛬 Día 1: El primer café, un funicular y un cielo de piedra
Llegamos a Budapest a las nueve de la mañana,en un día que se prometía gris, pero que por artimañas de la vida (que nos quiere mucho), se convirtió en una maravilla de jornada bajo el sol... Aún con ojos de brótola (del madrugón que tuvimos que darnos para coger el avión) llegamos a Budapest antes de las 9 de la mañana.Nuestro apartamento, ubicado en el barrio judío (para mí la zona ideal donde alojarse) no estaba listo (normal, las horas que eran...), así que dejamos las mochilas en una consigna y salimos a buscar algo que nos despertara el alma: Lara Café. Calidez en las paredes, pan crujiente, café con carácter… Nuestra justa recompensa a lo poquito que habíamos dormido .... Desayunamos como reinonas (sin tener que hacer colas) con los desayunos elaborados de este lugar y tras este buen comienzo, acordamos que ya estábamos listas para Budapest.
Desde el barrio judío, paseando junto a la Gran Sinagoga, llegamos a la ribera del río y de allí hasta la gran noria. Desde allí, llegamos al maravilloso paseo que cruza el famoso Puente de las Cadenas, donde las vistas te hacen terminar de despertarte y abrir los ojos, para tener la capacidad suficiente para guardar el hermoso contorno de la ciudad. El puente nos llevó de Pest a Buda, y el funicular de Budapest nos ahorró las cuestas. Subimos como viajeras de otra época (nos permitimos ponernos hasta banda sonora, la de la peli de Amelie, que la vimos muy propicia para la ocasión), y al llegar arriba, la ciudad se desplegó como un mapa antiguo. Justo antes de las 13:00 vimos el cambio de guardia frente al Bastión de los Pescadores. El Danubio brillaba abajo con todos sus cristales... Copita de vino blanco en el restaurante del mirador, risas y charlas entre amigas que ya comienzan a calar en lo profundo...
🍽️ Comer, descubrir y flotar al atardecer
Comimos en HILDA, una joya con sabor local y diseño art nouveau. Brindamos con vino húngaro, profundizamos más en la conversación y reímos a veces tan alto, como para hacer girar alguna cabeza... Tras un buen cafecito, seguimos caminando hacia el corazón del barrio judío, donde las paredes hablan bajito de historia y arte.
La Gran Sinagoga nos recibió con solemnidad y belleza. Aquí tocó Liszt, y aún parece escucharse.
Al caer la tarde, el Danubio nos abrazó. Desde el embarcadero de Vigadó tér, tomamos un barco y vimos cómo Budapest se vestía de luces. IM-PRE-SIO-NAN-TE... Si te parece una turistada, cuando estés navegando frente al espectáculo de la ciudad iluminada, borrarás esa creencia para siempre... Consejito de cuidadora: llévate una chaquetita porque viene genial...
La noche nos llevó al pasadizo de Gozsdu Udvar, un lugar donde todo pasa al mismo tiempo. Allí cenamos en Bazaar, rodeadas de risas, luces colgantes y sabores nuevos.
☕ Día 2: Cafés barrocos, historia viva y termas que curan
Dicen que el Café New York es el más bonito del mundo. No lo vamos a discutir. A las 8 en punto estábamos allí, y entramos directamente si hacer cola( media hora más tarde, esta era kilométrica). Pedimos un desayuno para dos (suficiente para las 4 con 2 capuchinos extra) . Pagamos unos 95 euros entre las 4, sí… pero ¿cómo ponerle precio al piano en directo y a la sensación de estar desayunando en un palacio?
Después nos lanzamos a la Avenida Andrássy, que nos regaló sorpresas a cada paso:
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La Ópera de Budapest, donde nos detuvimos como si estuviésemos esperando a alguien importante.
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La tienda de navidad Monarchia, que huele a magia todo el año.
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Y el duro pero necesario Museo del Terror Nazi, donde el pasado pesa, pero enseña.
La ruta nos llevó hasta la Plaza de los Héroes, para mí la puerta de entrada espectacular al hermoso parque de la ciudad.
🧖♀️ Balneario Széchenyi: qué llevar y por qué ir a la zona privada
Después de comer en Robinson, junto a un lago de postal, llegó la joya final del viaje: el Balneario Széchenyi.
La mochila Pepita iba preparada:
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🩱 Bañador
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🩴 Chanclas
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🎒 Gorro (por si acaso)
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🧴 Neceser impermeable
Pero lo mejor fue reservar la zona privada del balneario: habitación con ducha propia, bebidas incluidas (champán, agua, zumo), albornoz, zapatillas y un masaje de 45 minutos que nos dejó como nuevas. Hasta te regalan una pastilla de jabón. A veces, el lujo también es parte del viaje.
🌅 Cena flotante para despedirse como diosas
Antes de la cena, decidimos caminar. Bordeamos el Danubio, con el Parlamento brillando a nuestra derecha como una joya encendida. Pero no era solo belleza lo que encontrábamos. A nuestros pies, junto al río, aparecieron las esculturas de los zapatos: decenas de pares de hierro fundido que recuerdan a las víctimas del Holocausto, obligadas a descalzarse antes de ser arrojadas al agua.
Nos quedamos en silencio. A veces, viajar también es eso: detenerse y sentir. Miramos los zapatos, las flores secas que alguien había dejado, y el río que seguía su curso, como si todo lo recordara en su fluir eterno.
Después, sí, fuimos a Spoon The Boat. Allí, con las emociones todavía cosidas al pecho, cenamos flotando frente al Parlamento. Brindamos por la vida, por las amigas… y por todo lo que habíamos visto y sentido en apenas dos días.
🎒 Con Pepita Viajera, cada aventura tiene su lugar
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Para viajes de dos días o de toda la vida.
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Porque viajar también es cuidarse bonito.